Seguro que es una sensación que casi todos/as identificamos rápidamente aunque cada cual lo localiza en una parte del cuerpo: la garganta, el pecho, el estómago,… A veces es más bien una sensación de hormigueo (en la cara, en las manos,…), de presión, de peso, …
Es una sensación muy desagradable e incluso dolorosa que suele alertarnos mucho y que en la mayoría de los casos no es más que una manifestación de ansiedad.
“¿Yo, ansiedad? Pero si a mí no me pasa nada” “Si yo nunca he tenido problemas de ansiedad”
Seguramente también reconocemos este diálogo interno que no hace más que incrementar la percepción de descontrol y de incertidumbre. Sin embargo, la ansiedad es una emoción básica y, como tal, no es en sí mismo un enemigo, sino todo lo contrario: es la forma que tiene nuestro cuerpo de indicarnos que hay una amenaza a la vista para que nos movilicemos y nos pongamos “a salvo”. Y para “ahorrar tiempo” de reacción y no tener que emplear recursos o atención, se dispara de forma automática.
Precisamente es este mecanismo el que puede convertirse en un problema: a veces se dispara ante “amenazas” que sólo lo son por mi forma de interpretarlas, o por lo que yo interpreto que significan para mí, o por lo que yo imagino que podría llegar a pasar, o porque he visto a otras personas reaccionar de esta manera y reproduzco el patrón, o porque “en mi familia siempre nos ha preocupado mucho".
En cualquier caso, la ansiedad, además de manifestarse a través del cuerpo, podemos
identificarla a nivel cognitivo: centramos toda nuestra atención en una parte de la realidad
desatendiendo el resto, sobreestimamos la probabilidad de que pase algo negativo,
percibimos la realidad en términos de blanco o negro, tenemos una expectativa rígida acerca de lo que bueno o malo, etc.
En tercer lugar, nuestra ansiedad incide también en el comportamiento: nos hace movernos
sin una finalidad concreta, comer más o menos de los habitual, estar muy despiertos o por el
contrario somnolientos, ingerir sustancias, etc.
Este triple sistema de respuesta está interconectado de manera que muchas veces nuestra
propia forma de reaccionar se convierte en un nuevo desencadenante de ansiedad.
Podemos aprender técnicas que ayuden a modificar nuestras manifestaciones de ansiedad y
aumentar así nuestra sensación de control y por tanto de bienestar. Las técnicas de respiración o relajación son las más utilizadas para este fin.
Sin embargo, debemos ir un poco más allá: comprender cómo se ha establecido esta forma de reaccionar, qué esquemas cognitivos están sosteniéndola, qué función está cumpliendo de alguna manera este síntoma o qué experiencias han favorecido que interpretemos como
amenazantes los disparadores de nuestra ansiedad, permitirá que volvamos a experimentar
esta emoción básica como aliada y no como enemiga.
Consúltanos si tienes problemas de ansiedad. Te facilitaremos el entorno seguro y de confianza que necesitas para superar este problema.
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